¿Qué problematizamos en las conversaciones, qué desmontamos? ¿Desde donde nos paramos para hacer reparaciones?
Queremos empezar este boletín de verano compartiendo con ustedes las reflexiones de cierre de la octava serie de MÁS Conversaciones para MÁS orgullo, en la cual nos adentramos en las múltiples dimensiones de la migración con una mirada afrocentrada, interseccional y transcentrada. A través de un ciclo compuesto por tres encuentros con voces como las de Ana María Belique, Carla García y Johan Mijail, desmantelamos las narrativas hegemónicas sobre las fronteras, no solo las físicas y geopolíticas, sino también aquellas internas, simbólicas y afectivas que marcan y violentan los cuerpos negros, migrantes y disidentes del sur global.
Hablamos de fronteras impuestas por políticas coloniales aún vigentes, pero también de aquellas que se levantan desde el racismo estructural, la transfobia y la blanquitud como sistema normativo. Denunciamos cómo estas fronteras actúan como dispositivos de control que vigilan, silencian y criminalizan la existencia misma de personas afrodiaspóricas, especialmente haitianas, incluso antes de cruzar una línea territorial.
Reflexionamos sobre el tránsito migratorio como un proceso vital y corporal, especialmente en las experiencias de personas trans, no binarias y racializadas, cuyos desplazamientos están marcados por una violencia constante. Nombramos también la violencia obstétrica y casos específicos como el de Lourdia Jean Perrier, que evidencian la deshumanización sistemática hacia mujeres negras en contextos de persecución y pobreza.
Este ciclo propuso una ética del cuidado colectivo, en donde el reconocimiento no basta si no conduce a la desarticulación activa de los privilegios y a la construcción de una memoria insurgente. Nos preguntamos: ¿cómo aprendimos a odiarnos en el tránsito? ¿Cómo sanar las heridas impuestas por el endoracismo? Y respondimos desde la urgencia de construir respuestas amorosas, afectivas y espirituales que sostengan la vida, la resistencia y la dignidad.
Porque el racismo no nos define, pero sí nos persigue. Porque las legislaciones actuales no reconocen la diversidad de ciudadanías reales. Por eso alzamos un grito que queremos hacer viral: “Tenemos el derecho a habitar la vida sin racismo, sin transfobia, donde el miedo no nos calle.” Como dijo Audre Lorde: El silencio no nos protege.
Las reflexiones recogidas del ciclo subrayan:
- Fronteras múltiples, físicas y políticas, que erigen prejuicios contra cuerpos negros, trans, no binarios y racializados, mecanismos que vigilan, silencian, y descartan existencia.
- Racismo estructural, en particular antihaitiano, que marca la movilidad como zona de riesgo previo al cruce físico de fronteras.
- Cuerpos en tránsito como escenario vital: para personas trans y no binarias migrantes, moverse es existir; es política, carne y afirmación. El tránsito, además de geográfico, es corporal y vital.
- Violencia cotidiana: desde la vigilancia constante, el miedo que no permite descanso, hasta la violencia obstétrica contra gestantes negras, como en el caso de Lourdia Jean Perrier, símbolo de la persecución global a mujeres negras, y en este caso a mujeres Haitianas embarazadas en República Dominicana.
- Cadena de deshumanización, que comienza desde el origen de la vida y atraviesa territorios, cuerpos y subjetividades, revelando que no basta con reconocimiento o empatía: se exige desmantelar privilegios, construir memoria colectiva y lucha organizada
- Blanquitud como eje epistémico: estructura los discursos patriarcales, cisheteronormativos y racistas que validan fronteras y excluyen a quienes no encajan, especialmente negros, pobres y racializados
- Legislaciones excluyentes que niegan la ciudadanía plena y no protegen la diversidad.
- Endoracismo: nos interpela a abrazar nuestras identidades y combatir los discursos que nos separan.
En respuesta, planteamos una ética del cuidado afectivo y espiritual, que reconoce en la espiritualidad colectiva la posibilidad de crear mundos donde nuestras vidas no estén definidas ni perseguidas por el racismo. La invitación es a construir espacios de autopreservación y resistencia comunitaria: “Tenemos el derecho a habitar la vida sin racismo, sin transfobia, donde el miedo no nos calle”.
Abrazando todas estas reflexiones, hoy queremos declarar nuestra total oposición a la campaña de terror promovida por el gobierno de Trump contra las personas migrantes en Estados Unidos. Decimos No a la criminalización de las comunidades migrantes, en especial las negras e indígenas. El alarmante incremento en deportaciones que fracturan familias y dejan a menores desamparados en el sistema, junto con la restricción a la movilidad de residentes no ciudadanos, no solo afecta a las comunidades migrantes, sino que erosiona el tejido social y debilita la estabilidad económica nacional.
Ser un migrante racializado ya es enfrentarse a la xenofobia, la discriminación racial, la presión de asimilarse culturalmente y las políticas migratorias excluyentes. A este escenario se suma ahora un psicoterror sistemático: la militarización de los controles migratorios, las redadas masivas y la amenaza constante e intencionalmente diseñada para sembrar miedo y controlar cuerpos negados.
La población migrante está sometida a niveles de ansiedad, depresión y estrés traumático provocados tanto por su propia vulnerabilidad como por el dolor de las familias que ven partir a sus seres queridos, y por la comunidad que debe revivir diariamente esa violencia. Sabemos que estas políticas no son incidentales: forman parte de una estrategia deliberada utilizada como espectáculo mediático, como lo vimos en Los Ángeles, donde el despliegue de miles de tropas y marines ha sido descrito como una táctica de provocación y desestabilización.
Queremos invitarlos a reflexionar con nosotros sobre las implicaciones de lo que estamos viviendo en este momento y quienes determinan quién merece estar en un lugar en relación con ser y pertenecer. Hace mucho tiempo que las fronteras nos cruzaron y nos fuerzan a vivir en movilidad, reclamando el acceso al derecho a vivir en dignidad. El llamado es a una mirada amorosa y compasiva, a reparar, a no callar, a devolverle la dignidad, la seguridad, la protección y el acceso a una vida digna a todas nuestras comunidades.