Johan Mijail no se presenta: irrumpe. Su sola presencia, su voz, su gesto y su palabra, son manifestaciones de un arte vivo que trasciende géneros y categorías. Escritora, performer, travesti afrocaribeña nacida en Villa Mella, República Dominicana, Johan se ha tejido a sí misma desde una urgencia vital: dejar evidencia de su paso por este plano, pero no desde el miedo, sino desde la creación, la potencia y el misterio ancestral.
“Yo no nací travesti”, dice, y con ello desmonta todo el aparato normativo que intenta fijar los cuerpos en coordenadas binarias. Para Johan, la travestilidad no es una identidad, es una práctica expansiva, una tecnología poética, corporal y política de reinvención. Su tránsito no fue lineal ni fácil. Desde la incomodidad en los espacios tradicionales de la homosexualidad hasta el desencuentro con las narrativas hegemónicas del feminismo blanco y cis, su cuerpo ha sido campo de batalla, archivo vivo, territorio en disputa y en construcción constante.
Su arte cruza cualquier frontera tanto geográfica, simbólicas y de género. Desde su migración a Chile, Johan se confronta con el racismo estructural del Cono Sur, pero también con nuevas formas de afecto, de deseo y de lucha. Escribe desde las heridas, sí, pero también desde los placeres. En Pordioseros del Caribe, Inflamadas de retórica y Manifiesto antirracista, documenta y denuncia, pero también siembra lenguajes nuevos. Johan no escribe por lujo, escribe por necesidad: “Soy una proletaria del lenguaje”, afirma. En sus performances, el cuerpo aparece como el principal soporte de una estética política que perturba, incómoda y revela. Desnuda en museos y calles, encarna una fuerza transgresora que no se doméstica. “El travestismo no es ponerse una peluca”, advierte, “es intervenir una cultura que te quiere fuera”.
Pero Johan no se queda en la denuncia ni en la estética del trauma. Su proyecto Metresas es prueba de su pedagogía afectiva, política y anticolonial. Talleres y fanzines donde sistematiza su experiencia para compartirla como memoria, como guía, como instrumento. Un espacio donde las disidencias negras, afro- indígenas, travestis, maricas y racializadas pueden re- escribir(se), sanarse e imaginarse “Una no se vuelve travesti para quedarse ensimismada, a través del travestismo una expande.”
A través de una escritura intensamente corporal, Johan ha roto con la linealidad de la historia, el lenguaje académico, las categorías estáticas. Sus referencias —desde Josefina Báez hasta valeria flores— son parte de una constelación artivista, migrante, travesti y disidente. Con cada palabra, cada gesto y cada aparición, Johan se arma y desarma. Es portadora de un misterio que no busca ser explicado, sino sentido.
A Johan no se le entrevista, se le escucha como a una orisha. Habla desde el abismo, desde el barro, desde la fiesta y la herida. Su obra no cabe en un museo, no se resume en un libro, no se calla en un país racista. Johan Mijail es, sobre todo, una evidencia viva de que otra forma de existir —travesti, negra, intensa, radical— no solo es posible, sino urgente.
Escritura y performance: tecnologías de lo imposible
“Empecé a usar la escritura y la performance como formas de investigar esa obsesión. La migración fue un punto de quiebre: en Chile, me di cuenta de que lo homosexual no era solo una práctica sexual, era también una dimensión política, molecular, como dirían Deleuze y Guattari.
Allá, por ejemplo, mi ex pareja me dijo: ‘Quiero cocinar para ti’. Ese gesto afectivo me desestabilizó. Aquí, en RD, la masculinidad gay se vivía desde el secreto y la negación del afecto. Allá entendí que también podía haber ternura en nuestros vínculos.”
Vivirse como obra: Johan Mijail y la obsesión de construirse fuera del guión
“No nací travesti.
Me estoy haciendo.
Me estoy deshaciendo.
Y esa es mi obra”
La conversación con Johan Mijail llegó a uno de sus puntos más intensos y vulnerables cuando abordamos su vida como un proyecto artístico en permanente construcción, una travesía que cruza el cuerpo, la escritura, la performance y la política. No es solo biografía: es un manifiesto encarnado.
Cuéntanos sobre tu vida como una obra en la que trabajas constantemente. Una especie de obsesión por construirte como otra. ¿Cómo empieza todo eso?
Lo primero que tengo que decir es que yo no nací travesti. La travestilidad, como la entiendo y la vivo hoy, es una construcción autobiográfica, política y estética que no encaja en los relatos binarios de identidad. No soy mujer, no soy hombre, tampoco me sentí cómoda en los espacios del mundo gay.
Nombrarme travesti es resultado de un recorrido afectivo, corporal, migrante, artístico y profundamente racializado. Es algo que hago con el cuerpo, con la palabra, con la imagen y con el silencio.
¿Cómo ha sido para ti la experiencia de esta tercera versión del taller y del fanzine Metresas? ¿Quiénes lo hacen posible y cómo se han dado estos vínculos?
Ha sido potente. La posibilidad de usar la plataforma de MÁS ha sido clave, porque me ha permitido llevar este conocimiento y experiencia a otras personas negras y afrodescendientes. Aunque el proyecto no se plantea explícitamente como afro-centrado, tiene un posicionamiento anticolonial y antirracista que impacta directamente a esas corporalidades.
Pero no es fácil. Este ha sido el grupo más difícil, y además me tocó dar el taller estando enferma. Entonces me preguntaba: ¿Realmente les importa lo que voy a decir? ¿Les importa quién soy yo, más allá de lo que produzco? Esa es la pregunta constante: ¿qué lugar tiene mi vida en esto, no solo mi trabajo?
Raza, deseo y estereotipos
“Ser una persona afrodescendiente en los espacios de disidencia sexual te coloca en una posición específica: el deseo racializado, el cuerpo como fetiche, el porno como guión.
Yo no encajaba en el imaginario del maricón negro con pene grande. Una vez una compañera travesti me lo dijo sin filtro: ‘Aquí te odian porque no cumples ese estereotipo’. Entonces me pregunto, ¿quién puede ser deseado? ¿Quién puede ser libre?”
Has mencionado antes que muchas veces las experiencias de las personas trans, negras, migrantes, disidentes, son deslegitimadas incluso dentro de espacios progresistas. ¿Cómo lo has vivido tú?
Es constante. Nos invitan a hablar, pero no nos quieren pagar. No nos legitiman. Una marica trans, travesti negra de Villa Mella no es tomada en serio.
Si viene un académico cishetero, lo hospedan en el Hilton, le pagan en euros. A nosotras, nada. A veces quieren que estemos solo para llenar una cuota de diversidad, pero no hay una conciencia de lo que significa para nuestras vidas que ese trabajo tenga un reconocimiento real.
Yo he publicado libros, he expuesto, he estado en muchos espacios… y, aún así, todo el tiempo hay un cuestionamiento a si lo que digo tiene valor. Y eso duele, sin embargo, MÁS ha sido una excepción. Me han reconocido, me han acompañado y me han permitido sostenerme.
¿Y cómo se construyen entonces esos relacionamientos sanos y sostenibles entre artistas, su arte y sus aliadxs?
Primero, creo que nos dedicamos demasiado a personas que ni siquiera conocemos, y nos olvidamos de nuestras alianzas cotidianas, íntimas. Queremos transformar el mundo, pero no nos transformamos a nosotras ni cuidamos a quienes tenemos cerca.
Yo he encontrado más sanación en la relación con mi madre negra que con muchas activistas que dicen que somos hermanas. No todo el mundo negro es mi hermana. Hay gente que me ha silenciado, excluido, porque mi existencia desconfigura sus narrativas cómodas. Para mí ha sido sumamente potente esa posibilidad de más que una alianza, es un vínculo radical.
Normalmente una tiene que relacionarse con gente que tiene poder, pero es blanca o blanco-mestiza, y esa gente no quiere ver. Con MÁS es diferente. Hay un reconocimiento, hay un diálogo real. Me han permitido usar su plataforma para conectar con otras personas negras y afrodescendientes, y eso en sí mismo es una acción política. Por eso digo: los espacios seguros no se decretan. Se construyen desde la afectividad, el conflicto y la coherencia.
¿Habrá una cuarta versión del taller y el fanzine Metresas con MÁS?
Ojalá. Pero también tiene que cambiar la forma en que lo sostenemos. No se puede repetir lo mismo sin hacernos daño. Me interesa que tenga otras formas, que no se vuelva monótono. Que sigamos rompiendo con lo que se espera de nosotras.
Pero, sobre todo, deseo que se cuide a quien cuida. Que entendamos que nuestras vidas valen más allá del contenido que producimos. Ese sería el verdadero cambio.
Metresas no es solo un taller ni un fanzine. Es una estrategia de vida, de insubordinación y de memoria. Gracias, Johan, por encender los espacios… y por enseñarnos también cómo mantener el fuego.