Reflexión hecha por Franklin Perozo luego de participar en el Diálogo #4: Rotundamente Negras, Celebrando las Vidas y las Luchas de las Mujeres Negras. Diálogo que formó parte de la primera serie de conversaciones “MÁS Conversaciones para MÁS Orgullo’, el pasado 1ro de agosto del 2020.
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Traducción al inglés: Max Sizemore
Yo dueño de mi jaragual me siento,
cantándole mi canción al viento,
un cacique patriarcal, viendo mi perro guardar,
mi tesoro y mi mujer, que inmenso.
Coro: Que inmenso, que inmenso,
Ser el dueño de la finca y la mujer
Letra: Felipe Rosario Goyco
Voz: Ismael Rivera
Album: Eclipse Total (1975)
En la conversa se dio paso a la pregunta ¿cuál es el lugar de los hombres en esta discusión? Elemento que generó la siguiente reflexión. Para muchos de nosotros, hombres heterosexuales, latinoamericanos, afrodescendientes, el sistema patriarcal ha funcionado como un medio de autoengaño tan complejo que es muy difícil reconocer cómo nos afecta, y mucho menos cómo somos partícipes en el sostenimiento, por acción u omisión, de un modelo de sociedad injusto y violento hacia las mujeres, esto hace aún más arduo cuestionarnos el lugar que ocupamos en la estructura de privilegios sociales que sostienen las diferencias entre géneros. Es importante reconocer que el sistema patriarcal oprime también a los hombres, pero no podemos perder de vista que cotidianamente asesina a las mujeres.
Enormes son las brechas que aún separan, en términos de equidad y justicia de género, las vidas de mujeres y hombres en la actualidad. A pesar de las históricas luchas que las mujeres han emprendido en contra del sistema patriarcal, y que todavía queda mucho por transformar, definitivamente, la sociedad occidental no es la misma desde que ellas alzaron sus voces en protesta, contra las desigualdades que las oprimen. El diálogo 4 de Movimiento Afrolatino Seattle (MÁS), Rotundamente negra: Celebrando las vidas y las luchas de las Mujeres Negras, nos permitió conversar y pensar en grupo sobre cómo la violencia contra las mujeres es un fenómeno que históricamente nos ha herido y además discutir su persistencia y estrecha vinculación con la discriminación racial. Muchas mujeres lo tienen claro, el objetivo es confrontar el sistema patriarcal, machista, clasista, racista, homofóbico, que profundiza las desigualdades en las entrañas de la sociedad y nos lesiona a todas y, aunque no se vea claramente, también a todos.
Nos construimos como hombres desde los ideales de la masculinidad blanca hegemónica, privilegiada y conservadora que separa y define los géneros desde una relación de desigualdad con la mujer, quien es construida desde los deseos del hombre para su control, que idealiza, por ejemplo, la propiedad, las riquezas, las tierras y las mujeres, como canta Maelo, y que nos muestra el rol tradicional del hombre en la sociedad.
Los discursos y prácticas de la masculinidad hegemónica y tradicionalista han construido al hombre desde ciertos mandatos sociales que lo separan de su realidad y lo desvinculan de su entorno. Ser proveedor, exitoso, violento, orgulloso, egoísta, son ejemplos de esos mandatos, los cuales construyen imaginarios y modos de relaciones que impiden establecer formas equitativas y justas de convivencia. Esta condición de ser masculino exige, entre otras cosas, no tener miedo ante nada y mucho menos demostrar sentimientos no asociados con la violencia, ya que hacerlo es síntoma de debilidad en tanto esto se encuentra en la esfera de lo femenino. Entonces, ser hombre para este canon se construye en negación y menosprecio a todo aquello que el sistema patriarcal ha definido como propio de las mujeres, que se manifiesta en la grave misoginia que el machismo predica.
El sistema patriarcal crea y sostiene ciertas “obligaciones” asignadas al género, en tal sentido a las mujeres les corresponde, por ejemplo, un rol central en el cuido de la especie, el hogar, la familia y a los hombres el trabajo fuera de casa, lo que ha producido que nos desvinculemos casi totalmente de las actividades que nuestras familias necesitan para su crecimiento, llegando al punto que, en muchos casos, el lugar del hombre en la familia es un gran vacío. Estas relaciones desiguales de poder están inscritas en nuestras vidas cotidianas tan profundamente, que conducen a pensar que la paternidad responsable, el cuido de los hijos e hijas, la equidad en las responsabilidades de la familia y en la vida en pareja no se consideran parte de la masculinidad.
Estas desigualdades se fundan en diversas formas de dominación hacia las mujeres y sostienen los privilegios asignados al género masculino, han posibilitado el desarrollo de los hombres en muchos otros aspectos de la vida, en detrimento de las posibilidades de auto realización de las mujeres. Competimos con ellas en todos los espacios, a pesar de que se encuentren en desventaja debido a que han asumido, por ausencia de los hombres, roles determinantes en el sostenimiento de la familia. La llamada doble jornada de las mujeres.
Mientras nosotros los hombres heterosexuales no cuestionemos nuestro lugar de privilegio iniciando, en los diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana y renunciemos e iniciemos las transformaciones necesarias, es decir, trabajemos por derribar las bases ideológicas y materiales que alimentan el sistema patriarcal, no podrán emerger diversas formas de ser masculino, en relación con las realidades y transformaciones que viven nuestras sociedades, por ello es de suma importancia reconocer cómo los hombres aprendemos a hacernos hombres, para transformar las bases ideológicas que fundan la masculinidad y que se vinculan con el sistema patriarcal.
Las masculinidades contra hegemónicas, se autoconstruyen cotidianamente a partir del reconocimiento y transformación de los privilegios que perjudican la vida de las mujeres, transformar la masculinidad es un ejercicio de autocrítica de nuestros privilegios de género, para comprometernos y resposabilizarnos con la transformación de nuestra vida y la de nuestras familias, porque despatriarcalizarnos, no se podría resumir a que un hombre pueda usar ropa de color rosada, poder expresar sus sentimientos, o llorar en público sin pena a que nos vean raro, por ejemplo, implica que existan hombres que abandonen sus privilegios de género y se vinculen más activamente en la transformación de las relaciones desiguales de poder, en pro de la construcción de relaciones equitativas de género, el objetivo, entonces, es enfrentar el monstruo que vive en nosotros, romper con todas las formas de relaciones patriarcales, machistas, que sostenemos y defendemos. Si no somos parte de la solución, en buena medida, somos parte del problema.
Estas reflexiones son un aporte para promover cambios en favor de una sociedad justa y equitativa, aboga para que se creen más espacios de reflexión y diálogo que rompan con los prejuicios que se han construido en torno a la masculinidad, con el objetivo de transformar los estereotipos que asocian el machismo con la masculinidad. La invitación, entonces, es a iniciar el complejo proceso de resignificar la masculinidad desde nuevos horizontes. Y es que al interpelar nada más y nada menos que a “El Sonero Mayor”, al hombre de las “Caras Lindas”, estamos interpelando al imaginario fundante del patrón masculino a través de dos elementos esenciales de lo afrolatino: la comunidad y la familia, la cotidianidad y la intimidad, en fin, la fiesta, la salsa. Por ser este referente musical, l para quienes recocemos el valor político que tiene en la reivindicación de la negritud, debe ser al mismo tiempo una vía para desmontar la ideología de la masculinidad, aquella que cala, penetra, se normaliza y termina perpetuando una sociedad desigual, infeliz y haciendo al hombre un ser profundamente solo e “Incomprendido”.