Invitamos a Meyby Ugueto-Ponce y Franklin Perozo a compartir sus impresiones y reflexión con la comunidad de MÁS, luego de participar en el Diálogo #2: Black Lives Matter y la importancia de visibilizar las negritudes, de la primera serie de conversaciones ‘MÁS Conversaciones para MÁS Orgullo’, el pasado 4 de julio.
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Traduccion al ingles: Yen Baynes
La naturaleza de las interacciones actuales, a propósito de las medidas de protección ante el contagio por coronavirus, ha intensificado el uso de las tecnologías de comunicación, en especial para quienes tenemos el “privilegio” de poder cumplir con el distanciamiento social y que además logramos tener acceso a una parte del universo tecnológico, que las comunicaciones de hoy en día implican. Al mismo tiempo, ha sido una ventana para facilitar nuevos encuentros y conexiones, que pareciesen haber sido casi imposibles meses atrás. Para nosotr@s esta “nueva normalidad” nos permitió interactuar, tras la invitación de dos amigas venezolanas, con parte de una comunidad latina en EE. UU., vinculada con el Movimiento Afrolatino Seattle (MÁS) en una muy amena conversa sobre uno de los temas que, como región latinoamericana nos une. Discutimos sobre una narrativa histórica que se construyó, desde nuestro temprano nacimiento como repúblicas, a partir de la idea de la unificación armónica de la nación que se alcanzaría gracias a la supuesta “mezcla de razas”, discurso que incluso ha perdurado hasta la actualidad, y por muy contradictorio que parezca, también sigue impulsado por las élites blancas-mestizas en los países que han materializado jurídicamente propuestas multiculturales en el orden constitucional. Nos referimos a la idea de mestizaje.
En este caso, la pregunta por este fenómeno idealizado como proyecto político fundante en la región, que se sostenía en la supuesta unión de los tres componentes raciales, Latinoamérica el crisol de la diversidad, esa idea de raza cósmica, del café con leche como se le conoció en Venezuela, fue un proyecto ideológico invisibilizador de las diferencias culturales que constituían nuestras naciones, amparado en un blanqueamiento velado, sostenido en ideales racistas para construir una aparente sociedad de iguales. Este problema emergía para esta comunidad latina en Seattle, a propósito de las distintas respuestas que han surgido en la sociedad estadounidense, por el rechazo al asesinato del afroestadounidense George Floyd a manos de la violencia ejercida por un policía, situación que generó una ola de protestas contra la normalización de las brutales maniobras de los cuerpos de seguridad hacia los afroestadounidenses, amparadas en los más perjudiciales ideales supremacistas blancos. Pero esta duda, que inquietaba a puertorriqueñ@s, peruan@s, hondureñ@s, dominican@s, chican@s, venezolan@s, brasiler@s, etc. situados en el norte del continente, l@s interpelaba precisamente dada la incertidumbre que se produjo cuando este gran velo ideológico que significó el mestizaje, no parece hoy sostener las certezas de inclusión social que prometió al erigirse en nuestros países a principios del siglo XIX. Sobre todo, cuando la idea de “lo latinx” no tiene lugar dentro de la identidad hegemónica estadounidense, lo que hace cuestionar el propio lugar, la propia historia y el propio ser, en un contexto donde las demandas de otr@s por preservar la vida, parecen convocar a las de ell@s.
¿Qué tanto tiene qué decir el racismo anti-negro sobre l@s latin@s en EE.UU.?, además de la solidaridad expresada por la demanda de justicia ante el inhumano asesinato a Floyd y ante la evidencia de un sistema de justicia racializado, ¿Qué coincidencias y divergencias existen entre la lucha por ejemplo de Black Lives Matter y las exigencias de los movimientos latin@s en EE.UU., en tanto hay un horizonte histórico fundante en la trata transatlántica que los une? ¿En qué momento el relato de diferencia-enemistad, si es que este existe, se construyó entre latin@s y afroestadounidenses? Pero al mismo tiempo, ¿En qué medida la criminalización de ambos sectores los unifica, en tanto los reúne en el sector no blanco estadounidense? ¿En qué medida la categoría latin@ invisibiliza la diversidad étnica y cultural de la región, en tanto niega los componentes históricos y culturales indígenas y afros que a su vez son diversos también? ¿Esta doble negación de las especificidades étnicas y de la no blanquitud se podría interpretar como una forma de racismo igual o quizá hasta peor a la que sufren los afroestadounidenses?
Sentimos que estas eran las preguntas que sostenían los diálogos de aquella conversación. La certeza por quién se es, ya no era tal, la necesidad de una nueva categorización o no, aún no se consensuaba. Lo que dejaba espacio para la consciencia de la incertidumbre, para la duda, para comenzar de nuevo, para reinventarse; para darse cuenta que estamos ante la posibilidad de “Un espejo sin vidrio”. Esta frase la usó un hombre garífuna de Honduras para cerrar la interpretación de su experiencia personal de la discusión, una potente imagen que nos muestra que el problema de la identidad sigue siendo el centro de la discusión en nuestros países poscoloniales, al presentar la posibilidad de que al reconocernos en el otro, nos vemos a nosotros mismos, cuando miro mi imagen del espejo, también te veo. Nos reconocemos dentro un mismo horizonte histórico y cultural, que nos sitúa frente a las mismas formas de exclusión ante un sistema que nos invisibiliza.
En Puerto Rico usamos “mezcla de raza” para referirnos al mestizaje; “trigueña” es la palabra que se usa en Perú con mayor frecuencia; “somos mulatos” es muy usado para decir que “somos iguales”; y así emergían palabras como negr@, moren@, indi@, etc., como categorías conscientemente coloniales para todos los asistentes de la reunión. O la de “chicana” como una aclaración necesaria para denunciar políticamente los estragos del colonialismo a lo interno de los EE.UU. Palabras con fuertes lazos afectivos eran éstas, pero a la vez con la necesidad de que fueran problematizadas dentro del contexto de migración en el que se encuentran o de diversidad ante la homogeneización imperante. La historiadora Ileana Rodríguez Silva, ponía la mesa para abrir esta discusión, acentuaba el uso de estas categorías basadas en la mercantilización de seres humanos, como una forma de explotación racializada para cumplir con los proyectos políticos de las élites blancas. Justo ese día, 4 de julio, era necesario problematizar en qué sentido “la libertad de algunos había sido predicada sobre la esclavitud de otros”. La forma como se desarrollaba la conversación iba mostrando una de las funciones del mestizaje como ideología: el uso del mecanismo identitario violento como una forma de excluir a las comunidades racializadas de los beneficios de la ciudadanía.
¿Qué era entonces este “espejo sin vidrio”? nos pareció una metáfora poderosa de la cual podemos partir para generar preguntas. Pero detengámonos un poco en ella para escudriñar algunos sentidos que le damos nosotros. Que, por cierto, no sabemos si son los mismos que les adjudicó Wilbor Guerra aquella tarde. Pero permítannos el atrevimiento. Un espejo es un vidrio provisto de un material liso que permite que se creen reflejos, que necesita luz para mostrar los objetos, cosas, animales o personas colocados al frente. Si este vidrio no existe quiere decir que no hay reflejo, pero no necesariamente implica que no exista o no haya nada o nadie delante. Pensemos en pararnos frente a ese espejo sin vidrio, si no existe un reflejo no hay una imagen de nosotros mismos, sin necesariamente negar nuestra existencia. Pero en este caso se trataba de una común-unidad sentada de forma circular (aunque a través de lo virtual) entablando un diálogo. Si tod@s y cada un@ de los que allí nos encontrábamos, hubiésemos tenido ese espejo sin vidrio, del que nos habló Wilbor, el reflejo que se produciría sería la imagen del otro u otra, con quienes nos encontrábamos en esa sala virtual. Identidades otras y diversas, de orígenes territoriales distintos, lejanos, con historias de etnicidad, mestizaje y blanqueamiento particulares, y con respuestas de resistencias también propias; enlazadas en torno a las complejidades y contradicciones que impone la migración.
Las preguntas que esta metáfora conlleva para problematizar las individualidades que se congregan en MÁS, discurren entre cuáles son las historias particulares de conformación de la idea del mestizaje en los países de los cuales son originarios; cuáles son los acentos étnicos que se prefieren; en qué medida esto se relaciona con la ciudadanía en tanto posibilidad de acceder a los beneficios de la nación; cuál es el estatus de toda esa particularidad histórica dentro de los EE.UU.; cómo enriquecer la categoría de la latinidad a partir del reconocimiento de troncos históricos comunes; cuáles son los vasos comunicantes entre los distintos sectores de la latinidad y los sectores oprimidos de los EE.UU. como los afroestadounidenses, por ejemplo. Sin duda un camino largo, pero no imposible de recorrer. ¿Cómo? La reunión virtual también asomaba el camino, modos de ser que son parte de ese reflejo común en el que se reconocen los latinos en el nuevo espacio común: la solidaridad como una de las principales, pero atendiendo principalmente la diversidad. Por eso se hablaba de una “multirracialidad solidaria”, en tanto se reconocen y aceptan las múltiples diversidades existentes, a fin de poder tejer lazos vinculantes sin dejar a nadie afuera. Este espejo permite recobrar algunas de las fortalezas de la latinidad, dijimos que la solidaridad es la principal puesta al servicio de la construcción de familias extendidas, la territorialización de nuevas identidades es otra, la diáspora africana sabe mucho de ello; y la posibilidad de una reactualización de la historia común como vena central de los procesos de reconstrucción cultural, como por ejemplo el proyecto de “De Cajón Project” dirigido por Mónica Rojas, o las fiestas afrovenezolanas en honor a San Juan compartidas por Milvia Pacheco, o las conversaciones con el Maestre Silvio Dos Reis sobre la Capoeira, entre tantas otras experiencias de reconstrucción de la memoria cultural que se juntan en MÁS.
Son infinitos los caminos por los cuales el diálogo construye vínculos, así como un río que se expande y divide para irrigar la tierra, conversar problematiza, nos refresca y alimenta en estos tiempos aciagos que vivimos; abre la posibilidad de vernos en l@s otr@s y nos ofrece formas de ver la vida vinculadas a nuestras historias, aquellas que nos conforman y acompañan, pero que han sufrido golpes de muerte por la civilización occidental. El haber puesto sobre la mesa un tema complejo y doloroso para tod@s, sigue dejando la posibilidad para construir un nosotr@s, vinculado a partir de sentires y necesidades comunes, porque son muchas más las cercanías que las distancias, porque a pesar de las fronteras y la lógica de lo individual, fue posible oírnos y entendernos, vernos y reconocernos, para seguir inventando formas y maneras que nos conduzcan a la transformación.
Por Franklin Perozo y Meyby Ugueto-Ponce
Caracas, Venezuela – 16 de julio de 2020
Meyby Ugueto-Ponce
Afrovenezolana, caraqueña, descendiente de pueblos de negros libres: Curiepe y La Sabana. Investigadora y militante de la diáspora africana. Intérprete, docente e investigadora en danza tradicional venezolana. Forma parte de “Trenzas Insurgentes” Colectivo de Mujeres Negras, Afrovenezolanas y Afrodescendientes; Actualmente co-coordina el Proyecto Colaborativo sobre alimentación: Sabores de la Memoria Afro. Directora de “Trama Danza”, Colectivo de Investigación y Promoción de Danzas de Origen Afrodiaspóricas.
Franklin Perozo
Franklin Perozo Díaz Venezolano, caraqueño, T.S.U Administración, mención Mercadeo, Licenciado en Filosofía, M.Sc. en Literatura Comparada, Fotógrafo, Investigador y Curador del Museo Arte Contemporáneo de Caracas “Armando Reverón”. Docente en la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Central de Venezuela. Me interesa la intercepción entre la Filosofía, la Literatura Afrocaribeña y las Artes Visuales, con énfasis en la narración como una forma de comprendernos desde otros horizontes históricos.